Anuncio la migración de El diario de un samurai a un blog propio:
http://eldiariodeunsamurai.blogspot.com/
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miércoles, 25 de agosto de 2010
jueves, 22 de julio de 2010
El reflejo de un monstruo
Confundido en una tormenta de imágenes una mente desesperada buscaba algún sentido, sus recuerdos se habían unido en el horizonte con las sombras difusas, su único tesoro se perdía entre cosas irreales. Alquel rincón donde se escondía se hacía más y más pequeño, contemplaba su espada con la mirada perdida en el vacío siguiendo las ondas de destellos que se formaban al reflejarse la luz.
Su imagen difusa en la superficie de la espada revelaba un rostro torcido, un monstruo oculto entre las sombras cuya mirada acechaba, su corazón latía a prisa por esa mirada que convertía en piedra, aunque fuera la suya propia ya no podía reconocerla.
Se había convertido en una fiera que era manejada a placer por un amo que jugaba con su locura, era una bestia que enviaban a destruir enemigos o a pelear por diversión. Habitaba una pequeña casa donde creía estar libre, recibía cuidados como de quien cuida a sus perros para luego ser llevado a una arena imaginaria en donde se le presentaba a un enemigo al que debía destruir.
Con su locura había aumentado su fama, a veces luchaba solo y otras a la cabeza de un pequeño ejército por la única paga de poder callar las voces con sangre y gozar así de unos momentos de paz. Era manejado con astucia por un amo tirano que no lo aprisionaba con cadenas sino más bien con sangre, sangre que formaba parte de un círculo vicioso que lo hacía cada vez menos humano.
Fué dirigido al campo de batalla, frente a él habían cientos de soldados, a sus espaldas uno pocos, las espadas se desenfundaron mientras él caminaba entre la muerte, apacible y sin ningún sobresalto. Súbitamente la luz brotó de su mano, el destello de muerte relampagueó sobre todo lo que a su paso se interponía, doblando las rodillas de sus enemigos. El silencio, grato silencio! su corazón estaba en paz mientras destruía, su ira desencadenada adormecía sus sentidos ocultando a sus recuerdos bajo esa lluvia de sangre, luego tranquilidad; todo había terminado.
A su paso gran cantidad de guerreros se encontraban destruidos, nada podía oponerse a ese inmenso poder contenido en un cuerpo que solo buscaba huir de sus voces. Pero junto con esos guerreros estaba un pueblo entero, niños, ancianos, mujeres. Su corazón se llenó de un gran vacío, una lágrima cruzó su rostro lentamente hasta detenerse en sus labios que formaban una curva, esa curva era una sonrisa producto de ese efímero alivio, un suspiro que le concedía ese momento de ira.
Su amo sonrió al ver la tarea encomendada concluida.
En un lugar lejano un Ser de luz frunció su ceño, extendió su brazo derecho hacia una estrella que se acercó y tomó forma humana. El samurai había pactado su próxima batalla...
Su imagen difusa en la superficie de la espada revelaba un rostro torcido, un monstruo oculto entre las sombras cuya mirada acechaba, su corazón latía a prisa por esa mirada que convertía en piedra, aunque fuera la suya propia ya no podía reconocerla.
Se había convertido en una fiera que era manejada a placer por un amo que jugaba con su locura, era una bestia que enviaban a destruir enemigos o a pelear por diversión. Habitaba una pequeña casa donde creía estar libre, recibía cuidados como de quien cuida a sus perros para luego ser llevado a una arena imaginaria en donde se le presentaba a un enemigo al que debía destruir.
Con su locura había aumentado su fama, a veces luchaba solo y otras a la cabeza de un pequeño ejército por la única paga de poder callar las voces con sangre y gozar así de unos momentos de paz. Era manejado con astucia por un amo tirano que no lo aprisionaba con cadenas sino más bien con sangre, sangre que formaba parte de un círculo vicioso que lo hacía cada vez menos humano.
Fué dirigido al campo de batalla, frente a él habían cientos de soldados, a sus espaldas uno pocos, las espadas se desenfundaron mientras él caminaba entre la muerte, apacible y sin ningún sobresalto. Súbitamente la luz brotó de su mano, el destello de muerte relampagueó sobre todo lo que a su paso se interponía, doblando las rodillas de sus enemigos. El silencio, grato silencio! su corazón estaba en paz mientras destruía, su ira desencadenada adormecía sus sentidos ocultando a sus recuerdos bajo esa lluvia de sangre, luego tranquilidad; todo había terminado.
A su paso gran cantidad de guerreros se encontraban destruidos, nada podía oponerse a ese inmenso poder contenido en un cuerpo que solo buscaba huir de sus voces. Pero junto con esos guerreros estaba un pueblo entero, niños, ancianos, mujeres. Su corazón se llenó de un gran vacío, una lágrima cruzó su rostro lentamente hasta detenerse en sus labios que formaban una curva, esa curva era una sonrisa producto de ese efímero alivio, un suspiro que le concedía ese momento de ira.
Su amo sonrió al ver la tarea encomendada concluida.
En un lugar lejano un Ser de luz frunció su ceño, extendió su brazo derecho hacia una estrella que se acercó y tomó forma humana. El samurai había pactado su próxima batalla...
viernes, 19 de febrero de 2010
Esclavo por libertad
Fué criado con amor, vivió en el mundo de ilusiones de muchos niños pensando en hoy y no en mañana, con fantasías y juegos que imitaban la realidad de sus padres, con el deseo de ser fuerte e inmortalizar la imagen de aquellos que admiraba.
Vió a la figura indestructible de su padre caer vencido y a aquellos que tanto amó desaparecer, la ira lo obligó a alimentar a ese fuego con sus sueños para hacerlo caminar, a hacer de sus ilusiones relleno para sus heridas. Nunca sería vencido aunque tuviera que estar solo, nunca sería vencido hasta encontrar lo que perdió, no habrá paz ni quietud hasta que no quede nada en pie, la lluvia roja no cesa, no cesa detrás del destello de muerte haciendo correr un mar que ahoga pero que no lo mata del todo.
Un monstruo de mil cabezas que como en la Medusa serpentean a su alrededor, mil fantasmas que lo asfixian y que trata de callar, mil rostros que desaparecen solo a la luz de su espada para luego regresar con uno más.
Talvez debió morir, a veces el poder divino se equivoca y concede sin querer demasiada fuerza al tratar de destruir...
El samurai llevó su mano derecha a la empuñadura de la espada y las voces cesaron, un breve silencio y el brillo de muerte apareció. Cada latir de su corazón y un relámpago rompía en lluvia tibia y roja. Un breve minuto de inconciencia en donde el tormento cesaba, una droga que calmaba su dolor.
El último que quedaba en pie suplicó por su vida -le pedirías a una piedra que deje de ser piedra?-, una lijera sonrisa se dibujó en su rostro y el frio metal cruzó el aire como la luz. Todo quedó en penumbras y el samurai calló de rodillas, su respiración estaba agitada y su corazón latía con fuerza, saboreó con placer esos escasos momentos antes de que las voces y los mil rostros regresaran.
Un hombre que lo miraba de lejos sonrió agradeciendo al todopoderoso por haberle entregado un arma invencible que no requería más paga que esos minutos de paz después de la muerte.
El samurai cayó prisionero en su búsqueda de la libertad.
Vió a la figura indestructible de su padre caer vencido y a aquellos que tanto amó desaparecer, la ira lo obligó a alimentar a ese fuego con sus sueños para hacerlo caminar, a hacer de sus ilusiones relleno para sus heridas. Nunca sería vencido aunque tuviera que estar solo, nunca sería vencido hasta encontrar lo que perdió, no habrá paz ni quietud hasta que no quede nada en pie, la lluvia roja no cesa, no cesa detrás del destello de muerte haciendo correr un mar que ahoga pero que no lo mata del todo.
Un monstruo de mil cabezas que como en la Medusa serpentean a su alrededor, mil fantasmas que lo asfixian y que trata de callar, mil rostros que desaparecen solo a la luz de su espada para luego regresar con uno más.
Talvez debió morir, a veces el poder divino se equivoca y concede sin querer demasiada fuerza al tratar de destruir...
El samurai llevó su mano derecha a la empuñadura de la espada y las voces cesaron, un breve silencio y el brillo de muerte apareció. Cada latir de su corazón y un relámpago rompía en lluvia tibia y roja. Un breve minuto de inconciencia en donde el tormento cesaba, una droga que calmaba su dolor.
El último que quedaba en pie suplicó por su vida -le pedirías a una piedra que deje de ser piedra?-, una lijera sonrisa se dibujó en su rostro y el frio metal cruzó el aire como la luz. Todo quedó en penumbras y el samurai calló de rodillas, su respiración estaba agitada y su corazón latía con fuerza, saboreó con placer esos escasos momentos antes de que las voces y los mil rostros regresaran.
Un hombre que lo miraba de lejos sonrió agradeciendo al todopoderoso por haberle entregado un arma invencible que no requería más paga que esos minutos de paz después de la muerte.
El samurai cayó prisionero en su búsqueda de la libertad.
lunes, 25 de enero de 2010
El mismo mundo
Con cada corte de su espada destruía parte de éste mundo tratando de hacer uno nuevo, de sus recuerdos alimentaba esa hoguera que lo mantenía con vida sumido en esa penumbra de confusión y desesperanza. Esos recuerdos que con piedad pero a la vez crueldad prolongaban su agonía en un mundo que lo miraba como a un monstruo, con temor y odio.
Nadie podía comprender que energía movía a ese cuerpo, qué imagen llenaba el vacío de sus ojos, qué hoguera encendía su espada con destellos de ira y desesperación. Nadie en éste mundo podía entenderlo, nadie en éste mundo podía oponerse a su eterno caminar...
El cuerpo cayó pesadamente al suelo mientras el samurai continuaba con sus brazos extendidos sosteniendo su espada y un pie al frente, la hoja emitía un pálido resplandor teñido por la sangre bajo la oscuridad invadida por la luz de la luna. El oponente cayó vencido sin presentar gran resistencia, algunas veces -como ésta- su espada se rompían al paso del brillo de muerte, nada se oponía a la ira convertida en metal.
El samurai observó el cielo, nada había cambiado, la misma luna y las mismas estrellas, nada cambió era el mismo mundo que fue antes de acabar con aquella vida, solamente había agregado un rostro más a sus recuerdos. Observó con lentitud la hoja de su espada, sería posible que estuviese equivocado?
Había olvidado aquello elemental que todo hombre hace involuntariamente al comenzar el día, aquello que mueve a un alma a caminar hasta el fin de sus días a pesar de las dificultades. Aquello que es tan necesario como el aire, el sol y el agua...
Había olvidado la esperanza que da el buscar la felicidad.
El samurai enfundó su espada rápidamente, observó con arrogancia al cuerpo que yacía a sus pies y sonrió. El no estaba equivocado, su ceguera era tal que ni el resplandor del sol sería suficiente para hacerlo creer lo contrario. Su espada cambiaría el mundo, esa espada cambiaría su mundo, solo de esa forma podría ser.
El samurai continuó su camino.
Nadie podía comprender que energía movía a ese cuerpo, qué imagen llenaba el vacío de sus ojos, qué hoguera encendía su espada con destellos de ira y desesperación. Nadie en éste mundo podía entenderlo, nadie en éste mundo podía oponerse a su eterno caminar...
El cuerpo cayó pesadamente al suelo mientras el samurai continuaba con sus brazos extendidos sosteniendo su espada y un pie al frente, la hoja emitía un pálido resplandor teñido por la sangre bajo la oscuridad invadida por la luz de la luna. El oponente cayó vencido sin presentar gran resistencia, algunas veces -como ésta- su espada se rompían al paso del brillo de muerte, nada se oponía a la ira convertida en metal.
El samurai observó el cielo, nada había cambiado, la misma luna y las mismas estrellas, nada cambió era el mismo mundo que fue antes de acabar con aquella vida, solamente había agregado un rostro más a sus recuerdos. Observó con lentitud la hoja de su espada, sería posible que estuviese equivocado?
Había olvidado aquello elemental que todo hombre hace involuntariamente al comenzar el día, aquello que mueve a un alma a caminar hasta el fin de sus días a pesar de las dificultades. Aquello que es tan necesario como el aire, el sol y el agua...
Había olvidado la esperanza que da el buscar la felicidad.
El samurai enfundó su espada rápidamente, observó con arrogancia al cuerpo que yacía a sus pies y sonrió. El no estaba equivocado, su ceguera era tal que ni el resplandor del sol sería suficiente para hacerlo creer lo contrario. Su espada cambiaría el mundo, esa espada cambiaría su mundo, solo de esa forma podría ser.
El samurai continuó su camino.
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