jueves, 4 de abril de 2013

La misión de un ángel

Tomaste mi lugar porque necesitaron a alguien mejor, un alma pura cuyos ojos nunca contemplaron la maldad y con un corazón que vivió el amor en su forma más elemental, la forma que transmite la sangre al fluir por el cuerpo llevando el calor y el contacto de quienes te esperan con ansia e ilusión. La batalla es dura y atendiste el llamado partiendo antes del amanecer para no regresar más a nuestro lado, sin decir adiós como un buen soldado que sabe que hay un principio pero desconoce si existe un final. La ausencia de una explicación me atormenta el alma cegándome a veces ante la más clara razón: el motivo tu partida es desconocido para nosotros pero algo grande te fue encomendado de seguro por lo inesperado, súbito y fuera de tiempo que fue nuestra separación. Lamento tanto no haber estado más a tu lado mi querido hijo, pero el tiempo que te tuve en mis brazos contemplando tu carita de ángel será eterno y aunque también recuerde ese terrible frío que quema aún mi rostro nunca será más grande que el calor que me diste en el corazón. Ve en paz hijo mío, estamos tranquilos porque la luz de tus alas doradas ilumina nuestro camino, porque estamos seguros de que tu nos observas así como nosotros lo hacemos a veces, porque hemos crecido y nos hemos hecho más fuertes y porque sé que cuando sea nuestra hora tendremos el valor de cumplir mejor nuestra misión. Alguna vez estaremos juntos de nuevo, lucharemos otras batallas como luchamos ésta, no sueño con eso, lo siento en mi corazón como algo ya vivido y sé que así será. Hasta pronto hijo mío.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Nuevo

Anuncio la migración de El diario de un samurai a un blog propio:
http://eldiariodeunsamurai.blogspot.com/

Gracias a los seguidores de éste espacio, los invito a pasar por el nuevo blog.

jueves, 22 de julio de 2010

El reflejo de un monstruo

Confundido en una tormenta de imágenes una mente desesperada buscaba algún sentido, sus recuerdos se habían unido en el horizonte con las sombras difusas, su único tesoro se perdía entre cosas irreales. Alquel rincón donde se escondía se hacía más y más pequeño, contemplaba su espada con la mirada perdida en el vacío siguiendo las ondas de destellos que se formaban al reflejarse la luz.

Su imagen difusa en la superficie de la espada revelaba un rostro torcido, un monstruo oculto entre las sombras cuya mirada acechaba, su corazón latía a prisa por esa mirada que convertía en piedra, aunque fuera la suya propia ya no podía reconocerla.

Se había convertido en una fiera que era manejada a placer por un amo que jugaba con su locura, era una bestia que enviaban a destruir enemigos o a pelear por diversión. Habitaba una pequeña casa donde creía estar libre, recibía cuidados como de quien cuida a sus perros para luego ser llevado a una arena imaginaria en donde se le presentaba a un enemigo al que debía destruir.

Con su locura había aumentado su fama, a veces luchaba solo y otras a la cabeza de un pequeño ejército por la única paga de poder callar las voces con sangre y gozar así de unos momentos de paz. Era manejado con astucia por un amo tirano que no lo aprisionaba con cadenas sino más bien con sangre, sangre que formaba parte de un círculo vicioso que lo hacía cada vez menos humano.

Fué dirigido al campo de batalla, frente a él habían cientos de soldados, a sus espaldas uno pocos, las espadas se desenfundaron mientras él caminaba entre la muerte, apacible y sin ningún sobresalto. Súbitamente la luz brotó de su mano, el destello de muerte relampagueó sobre todo lo que a su paso se interponía, doblando las rodillas de sus enemigos. El silencio, grato silencio! su corazón estaba en paz mientras destruía, su ira desencadenada adormecía sus sentidos ocultando a sus recuerdos bajo esa lluvia de sangre, luego tranquilidad; todo había terminado.

A su paso gran cantidad de guerreros se encontraban destruidos, nada podía oponerse a ese inmenso poder contenido en un cuerpo que solo buscaba huir de sus voces. Pero junto con esos guerreros estaba un pueblo entero, niños, ancianos, mujeres. Su corazón se llenó de un gran vacío, una lágrima cruzó su rostro lentamente hasta detenerse en sus labios que formaban una curva, esa curva era una sonrisa producto de ese efímero alivio, un suspiro que le concedía ese momento de ira.

Su amo sonrió al ver la tarea encomendada concluida.

En un lugar lejano un Ser de luz frunció su ceño, extendió su brazo derecho hacia una estrella que se acercó y tomó forma humana. El samurai había pactado su próxima batalla...

viernes, 19 de febrero de 2010

Esclavo por libertad

Fué criado con amor, vivió en el mundo de ilusiones de muchos niños pensando en hoy y no en mañana, con fantasías y juegos que imitaban la realidad de sus padres, con el deseo de ser fuerte e inmortalizar la imagen de aquellos que admiraba.

Vió a la figura indestructible de su padre caer vencido y a aquellos que tanto amó desaparecer, la ira lo obligó a alimentar a ese fuego con sus sueños para hacerlo caminar, a hacer de sus ilusiones relleno para sus heridas. Nunca sería vencido aunque tuviera que estar solo, nunca sería vencido hasta encontrar lo que perdió, no habrá paz ni quietud hasta que no quede nada en pie, la lluvia roja no cesa, no cesa detrás del destello de muerte haciendo correr un mar que ahoga pero que no lo mata del todo.

Un monstruo de mil cabezas que como en la Medusa serpentean a su alrededor, mil fantasmas que lo asfixian y que trata de callar, mil rostros que desaparecen solo a la luz de su espada para luego regresar con uno más.
Talvez debió morir, a veces el poder divino se equivoca y concede sin querer demasiada fuerza al tratar de destruir...

El samurai llevó su mano derecha a la empuñadura de la espada y las voces cesaron, un breve silencio y el brillo de muerte apareció. Cada latir de su corazón y un relámpago rompía en lluvia tibia y roja. Un breve minuto de inconciencia en donde el tormento cesaba, una droga que calmaba su dolor.

El último que quedaba en pie suplicó por su vida -le pedirías a una piedra que deje de ser piedra?-, una lijera sonrisa se dibujó en su rostro y el frio metal cruzó el aire como la luz. Todo quedó en penumbras y el samurai calló de rodillas, su respiración estaba agitada y su corazón latía con fuerza, saboreó con placer esos escasos momentos antes de que las voces y los mil rostros regresaran.

Un hombre que lo miraba de lejos sonrió agradeciendo al todopoderoso por haberle entregado un arma invencible que no requería más paga que esos minutos de paz después de la muerte.

El samurai cayó prisionero en su búsqueda de la libertad.

lunes, 25 de enero de 2010

El mismo mundo

Con cada corte de su espada destruía parte de éste mundo tratando de hacer uno nuevo, de sus recuerdos alimentaba esa hoguera que lo mantenía con vida sumido en esa penumbra de confusión y desesperanza. Esos recuerdos que con piedad pero a la vez crueldad prolongaban su agonía en un mundo que lo miraba como a un monstruo, con temor y odio.

Nadie podía comprender que energía movía a ese cuerpo, qué imagen llenaba el vacío de sus ojos, qué hoguera encendía su espada con destellos de ira y desesperación. Nadie en éste mundo podía entenderlo, nadie en éste mundo podía oponerse a su eterno caminar...

El cuerpo cayó pesadamente al suelo mientras el samurai continuaba con sus brazos extendidos sosteniendo su espada y un pie al frente, la hoja emitía un pálido resplandor teñido por la sangre bajo la oscuridad invadida por la luz de la luna. El oponente cayó vencido sin presentar gran resistencia, algunas veces -como ésta- su espada se rompían al paso del brillo de muerte, nada se oponía a la ira convertida en metal.

El samurai observó el cielo, nada había cambiado, la misma luna y las mismas estrellas, nada cambió era el mismo mundo que fue antes de acabar con aquella vida, solamente había agregado un rostro más a sus recuerdos. Observó con lentitud la hoja de su espada, sería posible que estuviese equivocado?

Había olvidado aquello elemental que todo hombre hace involuntariamente al comenzar el día, aquello que mueve a un alma a caminar hasta el fin de sus días a pesar de las dificultades. Aquello que es tan necesario como el aire, el sol y el agua...
Había olvidado la esperanza que da el buscar la felicidad.

El samurai enfundó su espada rápidamente, observó con arrogancia al cuerpo que yacía a sus pies y sonrió. El no estaba equivocado, su ceguera era tal que ni el resplandor del sol sería suficiente para hacerlo creer lo contrario. Su espada cambiaría el mundo, esa espada cambiaría su mundo, solo de esa forma podría ser.

El samurai continuó su camino.

jueves, 12 de noviembre de 2009

El Angel de la muerte

Un relámpago cruzó el aire en medio de un leve zumbido, la primera flecha traspasó su pecho cambiando el color del aire a rojo, la segunda flecha desviada por la espada y la tercera cayó rota junto con el arco del oponente y uno de sus brazos. El rostro deformado por una mueca de espanto emanó sangre por su boca mientras que la espada traspasaba lentamente su cuello girando circularmente, el samurai lo hizo por un costado para no producirle una muerte rápida.

Con el enemigo agonizante a su lado envainó su espada lentamente, mucha sangre cubría sus ropas y ésta vez si era la propia, tosió con dificultad por el dolor mientras todo a su alrededor se ensombrecía y se diluía en un mar de oscuridad y confusión. Un agudo chillido le hacía imposible escuchar y el dolor lo obligaba a respirar entrecortadamente.

El samurai se arrodilló en la misma posición que adoptaba para meditar y esperó la muerte, sus pensamientos empezaron a divagar hasta encontrar alojo en sus recuerdos, el campo verde, el niño jugando, el olor del pasto y de la brisa fresca. Su padre practicaba con la espada cerca y él a ratos lo observaba, tanta dedicación y entrega, él había escogido ese camino hace muchos años y el niño soñaba con tomarlo algún día también. Su madre y esa mirada tierna, llena de orgullo, sus hermanos siempre jugando, las flores del cerezo cayendo lentamente formaban una alfombra rosa...

El ángel de la muerte abrió sus alas y lo miró con misericordia, extendió su mano que irradiaba una luz dorada y la ofreció al samurai que agonizaba, éste extendió la suya ensangrentada y tomó aquella mano tibia y celestial.

Se puso en pié mientras aquella sensación de paz inundaba su cuerpo, ya no había más dolor ni más tormento, su camino llegaba al final, pronto se encontraría con aquellos que lo esperaban desde hace mucho tiempo. Su cuerpo se fue tornando translúcido y poco a poco se apartaba de sus ropas y su espada, el ángel le mostró el camino, el sendero cubierto por las flores del cerezo empezaba a ser más visible.

De repente el samurai interrumpió su marcha, el ángel se detuvo también, algo anclaba a aquel espíritu con fuerza al mundo de los vivos. La mano izquierda aún sostenía la espada y se negaba a soltarla. El samurai frunció el ceño y gritó con todas sus fuerzas SOY UN GUERRERO Y ESCOGÍ MI CAMINO!! sus ojos se encontraron repentinamente con los de su padre quien lo miró con tristeza.

Su mano derecha soltó la del ángel bruscamente y la llevó a su pecho arrancando violentamente la flecha que lo atravesaba, en el momento que lo hizo la visión desapareció y solo quedó en la oscuridad de la noche que lo envolvía. Un grito de dolor traspasó el silencio.

Sus ojos se abrieron lentamente cuando ya los primeros rayos del sol aparecían, su cuerpo ardía en fiebre y el dolor lo recorría por completo. Se puso en pié con dificultad e inició su camino.

Su padre que lo observaba desde el mundo en donde el tiempo ya no existe comentó con sus palabras sabias y pausadas: cada quién escoge su camino y no hay fuerza natural que haga a un hombre apartarse de él mientras su voluntad no se lo exija.

sábado, 17 de octubre de 2009

Un verdadero guerrero

Su mirada vacía, el semblante lívido e inexpresivo, su cuerpo relajado y en una actitud pasiva.

Un mar de recuerdos inundaban su mente cual torrente de agua fría refrescaban su corazón.
Una mañana cuando caminaba por el bosque con su padre escucharon un gemido que provenía de unos arbustos, caminaron sigilosamente hasta llegar al lugar de donde provenía el lamento.

El niño se sorprendió al ver a un oso atrapado por una de sus patas delanteras en una trampa, las púas se habían incrustado en la carne hasta desaparecer, el metal y la desesperación del animal por liberarse habían destrozado su pata casi por completo, el hueso era visible y despedía un olor penetrante.

Del poderoso animal solo quedaba un despojo de piel que apenas cubría los huesos, parecía tener bastante tiempo de estar atrapado y la vida ya casi lo abandonaba. El niño en un intento natural trató de prestar auxilio al animal y se aproximó al oso moribundo, su padre le dijo: cuidado, pero el niño continuó. El animal se levantó de su lecho de muerte y rugió con furia atacando al niño que se aproximaba, probablemente hubiera logrado su cometido si no fuera por la cadena que sujetaba la trampa al suelo y por la rápida reacción de su padre que lo apartó del animal.

El niño asombrado por aquella inesperada reacción del animal preguntó: por qué? su padre y su voz pausada que siempre sacaba una conclusión respondió: porque es un verdadero guerrero. El espíritu de un guerrero debe de ser como el de un oso, fuerte, inquebrantable, inmune al dolor; un verdadero guerrero nunca suplicará por su vida ni pedirá una muerte rápida y sin sufrimiento, un verdadero guerrero muere con su orgullo intacto aunque su cuerpo esté destrozado.

El samurai se acercó al animal e hizo una reverencia, el oso se levantó en sus patas traseras pero no ruigió ni demostró agresividad alguna, un destello salió de su cintura y acabó rápidamente con la vida del animal. El niño dejó escapar una lágrima pero la limpió rápidamente al darse cuenta de que su padre lo observaba, su padre concluyó: un guerrero se permite conmover ante el orgullo y la valentía que son la máxima manifestación del espíritu de un samurai; puedes llorar si quieres...

La visión del pasado se desvaneció poco a poco en el aire cargado de ese olor a óxido que despide la sangre, frente al samurai estaba un hombre herido profundamente en el vientre y uno de sus brazos, segundos antes se habían enfrentado y ya todo parecía estar concluido.

El hombre de rodillas, frunció el ceño y apretó con todas sus fuerzas la empuñadura de su espada, estaba dispuesto a resistir con la última gota de sangre el nuevo ataque de su rival. El samurai hizo una pequeña reverencia y sonrió levemente por la satisfacción de haberse enfrentado a un verdadero guerrero. El brillo mortal cruzó el aire cortando en dos partes aquel cuerpo pero dejando intacto su orgullo.

Esta vez ninguna lágrima brotó de sus ojos, aquel vacío absorbió cualquiera que pudiera escapar, solo deseó poder encontrar algún día la paz manteniendo su orgullo intacto.