lunes, 25 de enero de 2010

El mismo mundo

Con cada corte de su espada destruía parte de éste mundo tratando de hacer uno nuevo, de sus recuerdos alimentaba esa hoguera que lo mantenía con vida sumido en esa penumbra de confusión y desesperanza. Esos recuerdos que con piedad pero a la vez crueldad prolongaban su agonía en un mundo que lo miraba como a un monstruo, con temor y odio.

Nadie podía comprender que energía movía a ese cuerpo, qué imagen llenaba el vacío de sus ojos, qué hoguera encendía su espada con destellos de ira y desesperación. Nadie en éste mundo podía entenderlo, nadie en éste mundo podía oponerse a su eterno caminar...

El cuerpo cayó pesadamente al suelo mientras el samurai continuaba con sus brazos extendidos sosteniendo su espada y un pie al frente, la hoja emitía un pálido resplandor teñido por la sangre bajo la oscuridad invadida por la luz de la luna. El oponente cayó vencido sin presentar gran resistencia, algunas veces -como ésta- su espada se rompían al paso del brillo de muerte, nada se oponía a la ira convertida en metal.

El samurai observó el cielo, nada había cambiado, la misma luna y las mismas estrellas, nada cambió era el mismo mundo que fue antes de acabar con aquella vida, solamente había agregado un rostro más a sus recuerdos. Observó con lentitud la hoja de su espada, sería posible que estuviese equivocado?

Había olvidado aquello elemental que todo hombre hace involuntariamente al comenzar el día, aquello que mueve a un alma a caminar hasta el fin de sus días a pesar de las dificultades. Aquello que es tan necesario como el aire, el sol y el agua...
Había olvidado la esperanza que da el buscar la felicidad.

El samurai enfundó su espada rápidamente, observó con arrogancia al cuerpo que yacía a sus pies y sonrió. El no estaba equivocado, su ceguera era tal que ni el resplandor del sol sería suficiente para hacerlo creer lo contrario. Su espada cambiaría el mundo, esa espada cambiaría su mundo, solo de esa forma podría ser.

El samurai continuó su camino.