martes, 18 de noviembre de 2008

Nubes de vainilla

Entre nubes de vainilla te observé flotando cual graciosa mariposa que deambula perezosa dibujando sueños en el aire. Te tomé la mano y bailamos juntos ese vals sobre las nubes de tonos amarillos y rosa del cálido atardecer que tanto he esperado, ese mismo atardecer de mis recuerdos cuando más feliz fui, cuando creí que esos momentos serían interminables y como promesas persistirían a pesar del paso del tiempo.

Mi mano y tu mano, la otra en tu cintura, tu mano en mi hombro y aquellos suaves pasos, como dos hojas que caen lento, caprichosamente movidas por el viento. Solo basta con dejarse llevar y el resto transcurre solo. Un paso al frente y una vuelta, miro tus ojos marrones y cálidos; un paso atrás y otra vuelta, tu sonríes por la forma en que te observo.

No se que decir y mejor no digo nada, he perdido la costumbre de la charla simple y sincera. La música es suave y el momento es mágico, me conformo con sentir la tibieza del contacto y tu respiración pausada. Cierro los ojos por instantes para estar seguro de que tengo tu imagen impresa en mi mente y ahí siguen tus ojos y tu sonrisa; no es fácil olvidarte.

La música es cada vez más lenta y las notas más pausadas; el tiempo se ha terminado, viene de nuevo esa larga espera para verte de nuevo y poder revivir todo otra vez cual si fuera una bola de cristal con la imagen de una pareja bailando adentro y nostálgica música mientras gira.

Me queda sólo sonreír levemente, se que no fué apenas un sueño; en mis manos aún percibo el suave aroma de las nubes de vainilla que acariciaron tu piel.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El último rincón

Tomó la espada con fuerza y prometió que sería la última vez, cuando la venganza ha sido saciada solo queda ese vacío, ese simple vacío. La vida es tan simple cuando los recuerdos son lo único que alimentan el alma, poco a poco se van tornando más y más borrosos, confusos y lejanos.

Los ojos fríos y vacíos contemplaban con lentitud y cuidado la hoja de la espada, brillante y pura pero con sus propias cicatrices, al igual que un cuerpo en ella estaban escritas tantas historias con sus propias memorias, memorias de tiempos perdidos cuando al resplandor de la luz se oscureció el mundo entero para aquel que la enfrentó. Por qué no podía ser igual para aquel hombre que cada vez más olvidaba el motivo que lo hacía caminar, curioso, muchos recuerdos lo entristecían pero se aferraba a ellos con la firmeza del cordón que sostenía a la espada en su cintura.

Ese día combatiría con un enemigo poco común, su fama era grande, lo aguardaba a las afueras del pueblo. Tomó su espada, la enfundó y la ató cuidadosamente a su cintura junto al waki (espada más corta), dirigió una mirada nostálgica a la pequeña habitación que había absorbido parte de sus recuerdos y se marchó.

Sabía que sería vencido, un guerrero que lucha sin su corazón es como el fuego sin aire que lo alimente, su corazón ya no latía a prisa como ocurría antes, en el fondo quería ser vencido para poder encontrarse de nuevo con los que tanto amó.

Los ojos se encontraron, una mirada fiera y penetrante frente a una tranquila y al parecer aliviada. El contrincante se sorprendió al ver la mano derecha libre y cayendo a lo largo de la pierna (algo inusual en un duelo que se resuelve de un solo golpe y en un instante) y se enfureció al ver que sus ojos se cerraron como aceptando la derrota, nunca hubiera esperado tanta cobardía.

Ambas respiraciones eran pausadas, una buscando concentración ya que no iba a menospreciar al rival a pesar de que lo enfurecía aquel estado totalmente relajado, la otra serena, su mente ya estaba en otro sitio, era un campo enorme y verde.

El sonido de una espada cortando el aire luego un grito de dolor, el campo verde se transformó en sangre al abrir los ojos, su contrincante estaba de rodillas con su espada a un lado y una herida mortal que le cruzaba el cuerpo.

Aunque su brazo derecho permaneció inmóvil aceptando su supuesto destino su brazo izquierdo actuó por cuenta propia cortando de abajo hacia arriba con la espada corta. Su padre dijo que la espada sería una extensión de su brazo, al parecer su brazo izquierdo era la extensión de su corazón, un corazón que no quería rendirse todavía. El último rincón donde se escondía un espíritu atormentado pero aún con ganas de luchar.

Súbitamente sus ojos se llenaron de furia, el brillo de muerte concluyó el duelo y la agonía del contrincante. Un cuerpo de rodillas sin vida y otro rostro para alimentar las pesadillas.

El camino continúa; un día más a solas con sus recuerdos.